viernes, 10 de julio de 2015

EL PARÁSITO (4)
  

Cuando se calmó, volvió su mirada hacia mí con preguntas en sus ojos.
-Viví con una diosa -comenté.
Se sentó de nuevo a mi lado.
-¿Cómo era?
-Difícil. Astarté, Isis...; fue castigada por Marduk.
-¿La amó?
-Mientras duró, sí.
-La extraña.
-No. Me traicionó.
El Sol declinaba y Uriel se presentó ante nosotros.
-Lo sabe todo -le comunicó Ámber.
La mirada del vampiro se ensombreció.
-¿Y qué piensa? -me dijo, directamente.
-Nada. No me importa.
-Alguna vez he matado a un hombre, a una mujer o hasta un niño... -expresó con voz cavernosa.
-A lo mejor tenía sus razones. El dios que lo condenó no es muy humanitario, sobre todo en el Antiguo Testamento... -respondí.
-¡Eso no me consuela! -retrucó.
-¿Un vampiro con conciencia? ¡Vaya, eso sí que es nuevo para mí! -dije.
Mostró sus colmillos en una feroz sonrisa.
¿Cenamos? -propuso Ámber.
-Coman ustedes -dijo Uriel. Tengo algo que hacer. -Y extendió sus quirópteras alas y remontó vuelo.
Entramos y despachamos una cena fría. Ámber extrajo de un armario sumamente rústico una botella en forma de gota. Puso dos copas breves y vertió un poco de vino y dos o tres gotas de esa botella curiosa. Aquel vino oscuro, lentamente comenzó a emitir un brillo verdoso y luego celeste. Ella me miró con picardía y bebió primero un pequeño sorbo.
-¡Bebe! -me dijo, tuteándome por primera vez. ¡Lo vas a necesitar!
Hice lo que me pedía y sentí un soplo cálido en mi garganta, seguido de una sensación helada.
-¡Salgamos! -ordenó.
Nos dirigimos a un lago cercano. Ella se quitó todas sus prendas y se zambulló en el agua. Al cabo emergió y me hizo señas de que la siguiera. Dudé. Era pleno invierno y el agua debía estar helada. Pero mi curiosidad pudo más y la seguí en su solicitud. Cuando toqué el agua no sentí más que tibieza y placer. Ella volvió a sumergirse y trajo del fondo del lago un alga verde oscura.
-¡Cómela!
Tenía sabor amargo y consistencia untuosa. El efecto no se hizo esperar. Una Luna llena y brillante nos iluminaba y de pronto ví a la mujer brillar con el color de la plata. Su palidez había desaparecido y aquel brillo contrastaba con sus cabellos renegridos.
-¿Qué ves? -me preguntó.
-Una imagen maravillosa y bella.
-Pocos me han visto así, y ninguno se ha acercado tanto. -Volvió a zambullirse y nadó hasta mí.
-¿Querrías hacerme el amor? -dijo con enorme y seductora voz.
-Así no. -Fue mi respuesta categórica. Y salí del agua.

(Continuará)

                                                                                                                JUAN EL INCIERTO
                                                                                   (publicado en Obscuri Nº52, abril 2015, Mdeo.) 

viernes, 3 de julio de 2015

(...) Quizás usted y yo pudiéramos trivializar a nuestra vez la desvalorización de la muerte si no supiéramos lo hondo que cala la televisión y lo mucho que nos influye. Se me evidenció en El Cairo hace tres o cuatro años. Visitando la Ciudad de los Muertos, trabé amistad con una chiquilla de unos catorce años. Me acompañó durante el trayecto entre las casas donde conviven en armonía los vivos y los muertos. Cuando me aproximé a una de ellas la niña se negó a entrar conmigo. "¿Por qué?", preguntó un amigo que venía con nosotros y sabía hablar árabe. "Tengo miedo", respondió llanamente. Quise saber algún dato más y le preguntamos si ella vivía en una de esas casas; respondió afirmativamente. ¿Desde cuándo? Había nacido allí. ¿Había tenido miedo siempre? Negó sorprendida. ¿Desde cuándo tenía miedo? Por fin, nos confesó que desde que un par de años atrás había visto en televisión Poltergeist.  Un par de horas de televisión habían alterado definitivamente su visión de la vida y la muerte, desactivando sus tradiciones y con ellas el vínculo con sus antepasados y su origen. La televisión deja siempre huella y tiene sus consecuencias, las cuales de nuevo nos remiten a la violencia. (...) ...
  
Fuente: "TV, Fábrica de Mentiras", Dolores ["Lolo"] Rico. Espasa-Calpe, 1993, 4ª edición (Madrid).