lunes, 12 de octubre de 2015

Bailando entre los muertos

Verónica aspiró el viento con aroma a sal y mar. Algunos granos de arena se escurrieron entre los dedos de los pies. Un albatros chilló sobre su cabeza. Las dunas creaban signos a lo largo de la playa; las formas de arcaicos dioses aztecas danzaban y se desplazaban en alas del viento. La muchacha supo que cada símbolo que se manifestaba en el suelo, era un reflejo de los secretos que encerraba su subconciente. Un halcón; su apego a la libertad; un gran oso, su posesivo padre; un cisne con el cuello caído, su inseguridad...
  Pero en la vida real no se modifica el medio ambiente en concordancia con el subconciente... No, otra vez es un sueño...   
  Despertó.
  El gel que nutría su cuerpo se agitó unos instantes. diminutas luces azules se encendieron y la tiñeron con un resplandor metálico.
  Abrió los ojos.
  La geometría hexagonal del habitáculo varió hasta agotar todas sus posibilidades; los acutángulos fueron obtusángulos y viceversa.
  Otra vez la pesadilla...
  Comenzó a sentir el débil murmullo de los millones de personas, hombres y mujeres encerrados como ella, esperando una cura que todavía no llegaba.
  -Calendario, ¿cuánto hace que estoy aquí? -preguntó sin mover los labios.
  -Mil cuatrocientos veintidós años, seis meses, tres semanas, cuatro días, seis horas...
  -Basta. Gracias.
  La voz de la máquina se diluyó ante la orden de la muchacha. Los ecos parecieron los que provoca un golpe de un metal con otro en un lugar vacío.

MARÍA CRISTINA CHAGAS 
(Publicado en "Diaspar", Nº 2, junio 1995, Montevideo)-.

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